miércoles, 11 de julio de 2012

"When life gives you lemons, make lemonade"

Desde el mismísimo día que me fui de París en 2009 soñaba con volver, vivir un tiempo acá, dos, tres, seis meses, dominar el idioma, tener tiempo para conocer, experimentar, recorrer la ciudad en bicicleta.

Después de dar una y mil vueltas en mi vida decidí venirme por dos meses y medio a aprender, el idioma por supuesto, nada de lecciones de vida. Pero se ve que el destino tenía preparada otra cosa para mí, que los limones estaban a punto de ser lanzados a mi carrito y así fue. Llegué el primero de julio y empecé las clases al día siguiente. El cuarto día de clases estaba sentada cuando la profesora anunció que empezaba el recreo. Se me había dormido el pie izquierdo, sentía ese cosquilleo molesto que sentimos cuando estamos quietos mucho tiempo. Dudé, no estaba segura si pararme era una buena idea, teniendo en cuenta el cosquilleo y resolví que sí, que si me paraba se iba a pasar. ERROR, mala decisión. Me paré, bah, intenté pararme pero para mi sorpresa mi pie izquierdo no reaccionó y se dobló para un lado y para el otro y tuvo que agarrarme una compañera para que no me cayera al piso. ¡Qué dolor! ¿Qué me pasó? No terminaba de entenderlo cuando sentí que me bajaba violentamente la presión y que si no volvía a sentarme me desmayaba. Volví a sentarme y volví a pararme. Pero cuando quise apoyar el pie izquierdo no pude. Bajé las escaleras despacio para ir a la cafetería, comí una banana, tomé agua y subí en ascensor. Cuando volví a mirarme el pie lo tenía todo hinchado. Si me sacaba el zapato que tenía puesto, seguro no iba a poder volver a ponérmelo. Mi amiga Lucre me fue a buscar para almorzar y pedimos hielo en el restorán. Comí con hielos en el pie, pero el dolor no se iba y el pie, lejos de deshincharse, estaba cada vez más inflado. El resto de la tarde me la pasé rengueando, fuimos a cambiar plata, al local de celulares y hasta hicimos un poco de shopping. Traté de controlar el dolor y no dejar que él me controlara. Después de varias horas de caminar, subir y bajar escaleras y no prestarle mucha atención al pie, me di cuenta de que estaba tomando otra mala decisión y me acerqué a la farmacia. El chico me miró el pie y puso una cara que me dio miedo pero me tranquilizó al darme una crema, una venda e Ibuprofeno. Me explicó los pasos a seguir y me recomendó que fuera a ver un médico si la cosa no mejoraba en 24 horas. La cosa no mejoró y yo seguí sin darle tanta importancia. Pero dos días más tarde entendí que era más grave de lo que pensaba y resolví que tenía que ir al hospital. Y allá fui, pensando que me iban a diagnosticar un esguince y me iban a explicar los recaudos necesarios para que se curara lo antes posible. Llegué a las 10:30 am, me atendieron enseguida y me pusieron en una silla de ruedas. Me sacaron  una radiografía. A las 11:30 le mandé un mensaje a mi amiga Iamena para decirle que tal vez no llegaba a almorzar a las 13, que mejor a las 14. Al rato pasó un médico y me dijo que parecía que no tenía nada, pero que tenía que consultarlo con otra médica. Yo ya estaba lista para irme a casa como fuera. Pero una hora después, vino una señora de túnica blanca a decirme que tenía una pequeña fractura y que me tenían que enyesar. Cuando me estaban enyesando dos médicos (se notaba que ninguno de los dos tenía muy claro cómo hacerlo) se me acercó una enfermera y abrió una inyección enfrente mío. Le pregunté qué hacía y me dijo que era obligatorio, que me tenía que inyectar. Intenté llorarle que no, que yo no quería pero a nadie parecía importarle mi voluntad. Me pinchó la panza y ahí empecé a llorar. Sentía bronca, frustración, impotencia. Por suerte vino Iamena y me acompañó por el resto del día. La doctora me explicó que esa inyección me la tenían que dar todos los días para evitar una posible trombosis y que como la inyección podría tener efectos secundarios "realmente peligrosos" tenía que sacarme sangre dos veces por semana para controlar que mi sangre no sufriera alteraciones. Cada vez que abría la boca para decirme algo me hacía llorar más y más, con más y más impotencia. Nunca me imaginé, camino al hospital, que me iba a ir de ahí cuatro horas después con la pierna enyesada hasta la rodilla y saltando en un pie sobre dos muletas hasta el 31 de julio.

Yo que soñaba con recorrer la ciudad en bicicleta. Entonces empecé a contarles por vías electrónicas lo que me estaba sucediendo, ya que les había prometido contar mis aventuras a través de imágenes. Y me encontré con mucho apoyo y mucho amor, pero sobre todo, muchos de ustedes me dijeron las mismas cosas "todas las cosas pasan por algo", "everything happens for a reason", "cuando la vida te da limones, haz limonada", "¿será que te pasó esto para alargar tu estadía en París?". Y yo, sigo buscando cuál es la razón  y por más que busque y busque, no logro encontrarla.

A decir verdad, nunca me imaginé lo doloroso que era andar en muletas saltando en una pata. El peso del yeso, el dolor de los brazos, las manos. El segundo día no podía ni agarrar las muletas de lo que me dolían las manos. El pie ya no me dolía, pero me dolía todo lo demás, músculos que ni sabía que tenía.

Nadie me explicó muy bien cómo bañarme así que me bañé como pude. Me envolví la pata en bolsas de supermercado y traté de mantener el equilibrio, pero cuando salí de la ducha el yeso estaba todo mojado y listo para desarmarse. El lunes me saqué un turno con un especialista en otro Hospital y allá fui, con la esperanza de que me sacaran el yeso "africano" (palabras textuales de otra médica que me vio el día anterior) y me dieran algo mejor, más adaptado al siglo XXI. Me dieron turno para las 18.15 y hasta las 20 nadie me atendió. Cuando me atendieron me dijeron que me tenían que hacer un scan, que era más específico que una radiografía pero que ya no podían, que tenía que volver otro día. Tal fue mi frustración y mi llanto desconsolado que sintieron pena por mí. Me dijeron que no me preocupara, que estaba en buenas manos y que iban a encontrar una buena solución. Al final resolvieron sacarme ese yeso podrido y sacar otra radiografía. Confirmaron que mi pie efectivamente está fracturado, pero afortunadamente no hay desplazamiento, por lo tanto no hay necesidad de ese yeso pesado y molesto. Me pusieron un "aircast" que es mucho más cómodo para vivir y con el que puedo apoyar el pie. Por suerte, con este yeso no hace falta que me den inyecciones ni me saquen sangre. Además, me lo puedo sacar para bañarme. Me cambió la pata, la vida y el humor. Sigo caminando con las muletas pero si voy con cuidado puedo prescindir de ellas, o de una de las dos. El 23/7 tengo que volver al hospital para que me hagan otra radiografía y me indiquen cómo seguir.

Bueno, sé que fue un post largo y no muy divertido, pero como todos me escribían preguntándome qué me había pasado exactamente, aquí tienen la historia contada de una sola vez. Si leyeron hasta acá, les agradezco por el interés en mi salud. Gracias a todos también por los mensajes y por el apoyo. Si no les da impresión, abajo están las fotos de la evolución del pie en la última semana.