miércoles, 30 de enero de 2019

Mis primeros 15 años "con vos".

Cuando cumplí 15 años me la pasé llorando.
Me acuerdo que salí del colegio y les dije a mis mejores amigas para hacer algo juntas,
pero me dijeron que no podían, que tenían cosas que hacer, que nos veíamos a la noche…
y se fueron.(A la noche cuando las vi entendí que tenían que ir a comprar mi regalo,
que fue algo muy tierno, pero ahí ya se me había pasado la angustia).

Entonces vivía en Montevideo, me fui a la rambla de Punta Carretas
y en vez de disfrutar del aire puro, apreciar la vista al río y pensar cosas lindas,
me senté en el banquito de la rambla a llorar. No me acuerdo bien por qué lloraba,
creo que tenía entre angustia y soledad. Hoy, algunos años más tarde,
creo que lloraba porque me daba miedo crecer, dicen que crecer duele.
Y había algo que dolía, nada puntual, solo dejar de ser una niña y pasar a ser mujer…
Pasó una señora grande y me preguntó si necesitaba algo, que por qué lloraba…
No supe qué contestarle, pero le dije –sin estar segura– que podía estar sola.

Cuando volví a mi casa, todo era una fiesta, vino toda mi familia, mi novio de los 15,
mis amigos más cercanos, comimos rico, bailamos un poco.
Ya no quedaban rastros de mi angustia. Me encantaría encontrar una foto de esa noche,
pero tendría que cruzar el charco y hurgar horas hasta encontrarla.

Los segundos 15 me encontraron en una situación de pura fiesta.
Cuando cumplí 30, llevaba apenas 5 meses de noviazgo con mi marido.
Vieron que los primeros 6 meses de toda relación son un éxtasis de la vida.
Mis amigas se siguen burlando de cómo hablábamos horas por
Skype a cualquier hora de la madrugada cuando estábamos separados.
Convivíamos y teníamos el plan secreto de casarnos, pero nadie lo sabía.

El festejo de cumple fue uno de los mejores festejos de la historia.
Alquilé una casa muy cool en medio de las Cañitas. Tenía una terraza hermosa que,
una vez que paró el diluvio, se convirtió en la segunda protagonista de la noche.
(La primera era yo, claro). Se me ocurrió hacer pulseras rojas y verdes para ponerles
a todos los invitados y así facilitar el levante para todos. Dos pulseras verdes
estuvieron toda la noche contra una pared… Fue una gran fiesta para todos.

Hoy vuelvo a cumplir 15 años, pero 15 años en esta ciudad hermosa
que me alberga desde mis 20. Esta ciudad que tiene de todo y para todos.
Es cierto que también tiene algún que otro defecto. Pero cuando la gente me pregunta
si me volvería a vivir a Uruguay, que la rambla, la tranquilidad, etc. etc.
yo pienso que esta ciudad no la cambio por nada. Que tiene la combinación justa
de verde y de urbano, mil opciones para el día y para la noche.
Cada año que pasa me cruzo con gente nueva que se convierte en gente amiga. Esta ciudad que poco tiene que envidiarle a París, Nueva York y Londres.

Así que gracias, Buenos Aires. Gracias por cumplir 15 años conmigo,
por darme el lugar a ser una más de tus residentes aun cuando llevo
mi mate uruguayo a todas partes, tomando canarias, diciendo contigo y
usando championes.

Gracias a todos mis amigos, los primeros que tuve cuando llegué y a
todos los que fui conociendo en el camino. Gracias, Buenos Aires,
por darme el lugar para convertirme en madre.

Hoy cumplo 15 años “con vos” y contigo, y vos conmigo.
Hoy, en nuestro aniversario, te vuelvo a regalar lo que te escribí hace unos años:

Querida Buenos Aires:

Un día como hoy, hace quince años, me tomaba el buque para venir a instalarme y empaparme de vos; de tus barrios, de tus bares porteños. 
En esta ciudad pasé de ser estudiante a ser profesional matriculada, de ser soltera a ser una mujer casada. 
Gracias por darme tanto verde y tanto teatro, tanta comida y tanto ¿tango?
Gracias a todos ustedes, a los que me acompañaron desde el principio, los de este y los del otro lado del charco. Y también a los más nuevos que se han ido sumando. 
Gracias por hacer de mi vida en Buenos Aires la mejor película que jamás hubiera imaginado. 
Brindo por seguir coleccionando experiencias y por seguir descubriendo esta hermosa ciudad que me ha dado tanto. 



lunes, 23 de abril de 2018

---- 35 cosas que no sabías sobre mí -----

Hoy cumplo 35 años y se me ocurrió escribir 35 cosas (que pueden no saber) sobre mí.

1. Es muy fácil aprenderse mi cumple, todo lo que hay que saber es "2, 3,4". Así se lo enseñé a muchas personas que les cuesta recordar fechas y nunca más se lo olvidaron.
2. En mi vida, fui a tres jardines de infantes diferentes, tres escuelas secundarias (una de ellas en Iowa, USA) y tres universidades (una de ellas en Los Ángeles, USA).
3. Me mudé diez veces en mi vida, varias de las cuales incluyeron mudanzas de país.
4. DETESTO el chocolate. Al punto tal que si mi helado toca helado de chocolate, no lo como.
5. Soy la persona más competitiva que conozco. Cuando era chica, me mandaron al psicólogo con el ludo para que el profesional viera cómo me ponía cuando perdía... (Nada cambió).
6. Tengo tres hermanas mujeres. La más chica es 11 años menor que yo y es la que más se me parece. (Soy la hermana preferida de las tres).
7. Mi mejor amiga es francesa, la conocí a los 19 años en Los Ángeles.
8. Cuando tenía 19 años, me mudé sola a Los Ángeles porque quería ser actriz de Hollywood. Trabajé de moza y vendiendo empanadas.
9. Hace años que uso el celular en silencio las 24 horas. Por eso casi nunca atiendo las llamadas. Hoy atendí 3 llamados en todo el día.
10. Empecé a estudiar interpretación en California, en una escuela que se llama Southern California School of Interpretation. Manejaba todos los sábados una hora de ida y otra de vuelta.
11. Un sábado me chocaron feo en la autopista. Mi auto dio dos o tres trompos antes de detenerse. Me pegué el susto de mi vida. El auto que me chocó siguió de largo.
12. Tengo pecas incluso en los párpados y en los labios.
13. Soy muy desordenada, tanto mental como físicamente. Esta enumeración es la ejemplificación perfecta de eso.
14. Tengo una obsesión tremenda por la gramática y la ortografía. (La heredé de mi madre).
15. A los 16 años me fui 11 meses a vivir con una familia de Iowa, Estados Unidos. Quería aprender inglés (para poder actuar en las películas de Hollywood en el futuro). Cuando llegué no podía hacer una oración sin equivocarme. A los 3 meses, ya soñaba en inglés y era bilingüe. Cuando me entrevistaron los de la empresa de intercambio, me preguntaron si prefería una familia pequeña o numerosa, con o sin mascotas y en qué estado prefería. Les dije familia numerosa, sin mascotas y en California. Me mandaron a Iowa, a una casa con una sola mujer (viuda) y un perro. Al principio me costó aceptarlo. Cuando llegué supe que era lo mejor para mí, y al día de hoy hablo con mi familia americana. No los hubiera cambiado por nada.
16. En 1998, cuando fui a averiguar (sola) para irme de intercambio, me preguntaron si queríamos en mi familia hospedar durante un año a una chica de los Estados Unidos. Les dije que me encantaba la idea pero tenía que hablarlo con mis padres. Ya éramos 4 hijas mujeres. Mis padres estuvieron de acuerdo. Y la "adoptamos" a Sharon casi un año. Compartía el cuarto conmigo. También seguimos en contacto al día de hoy.
17. Desde los 15 que me dejan entrar al casino sin pedirme documento.
18. Creía que mi mamá era la persona más desconfiada del mundo hasta que lo conocí a mi marido.
19. A mi marido lo conocí en 2012 por Facebook. Durante mucho tiempo, cuando la gente nos preguntaba cómo nos habíamos conocido, decíamos: "por un amigo en común, Mark Zuckerberg". Mucha gente no entendía el chiste o se sorprendía y nos preguntaba de dónde lo conocíamos...
A las dos semanas de conocernos nos fuimos a vivir juntos y rápidamente supimos que queríamos casarnos y formar una familia. Hace casi dos años nos convertimos en padres de la persona que nos llena de amor y alegría todos los días.
20. Cuando era chica, obligaba a mis padres a que me llamaran: "Laurita, la Conejita, la Payasita, Laurita". Si no me decían así, no les contestaba.
21. De chica odiaba ser colorada. Hoy es una de las cosas que más me gusta ser.
22. A los 15 años me corté el pelo cortito como un varón. Algunos "graciosos" me decían "Carlitos".
23. El único trabajo full-time presencial que tuve fue en una start-up en New York. Lo encontré desde Buenos Aires a través de craigslist.org. (Banquen a terminar de leer esto antes de ponerse a buscar laburo en NY).
24. Cuando estaba en la secundaria, le pedía a mi hermana mayor que me hiciera la tarea de inglés. Nunca entendía qué tenía que hacer. Ahora la ayudo a ella a veces para traducir algunas cosas.
25. Soy malísima en matemáticas. Cuando tengo que calcular porcentajes o "cuentas difíciles", las llamo a mis hermanas para que me lo resuelvan. (No me da vergüenza contarlo). No se puede ser buena en todo :).
26. Soy amiga de mis exnovios.
27. Probé el café por primera vez después de los 30 años. Y no me gustó. Pero antes de probarlo ya sabía que no me gustaba.
28. Soy adicta FUERTE a los quesos.
29. Tengo una adicción importante al mate. Si no tomo mate durante más de 48 horas, me agarra un dolor de cabeza horrible.
30. Amo actuar y escribir. Son dos cosas que me conectan mucho conmigo misma. De chica quería ser actriz y escritora. Empecé clases de ambas cosas alrededor de los 12 años. Hoy me dedico a otra cosa, aunque traducir tiene mucho que ver con la escritura e interpretar tiene mucho de actuación. Sigo actuando y escribiendo como hobby.
31. Antes de casarme, tuve tres despedidas de soltera. La última la organicé yo de principio a fin.
32. Como la carne jugosa, casi cruda.
33. Dos veces en mi vida vomité por haber tomado alcohol. La primera fue por culpa de mi amiga, la francesa. Nos habíamos mudado juntas y hacíamos la fiesta de inauguración del departamento. Ella vino una hora antes de la fiesta y me dijo: "Lau, en Francia, cuando vamos a tomar mucho alcohol, tomamos esta pastilla antes". Repito, es mi mejor amiga y mi entonces compañera de departamento. Confié ciegamente en ella. Al día de hoy (más de 10 años después) no sé qué me dio. Pero recuerdo que yo había llenado la casa de carteles de PROHIBIDO FUMAR y cuando todo me daba vueltas en la cama, alguien vino a avisarme que Grana había autorizado a los invitados a fumar en todas partes y estaba disfrutando de ser el ÚNICO centro de la fiesta. BTW, te mandé al frente con esta historia, Petisa. Pero te lo merecés.
34. La última vez que tomé un vaso de Coca-Cola fue a los 6 años. Prefiero morirme de sed antes de volver a probar la Coca.
35. Amo viajar, ver otras culturas y aprender idiomas nuevos. Hace unos años empecé a estudiar LSA (Lengua de Señas Argentina) y me decepcioné al enterarme de que la lengua de señas no es universal. De todos modos, no pude terminar el ciclo completo y es algo que me quedó pendiente. Ojalá lo pueda terminar antes de cumplir los 40. Y ojalá no pasen 5 años hasta que escriba mi próximo post.

Gracias a todos los que llegaron hasta acá.
Cheers and happy birthday to me!


miércoles, 4 de abril de 2018

Crónica de nuestra lactancia exitosa. ¿Por qué llamarla destete?


15 de marzo de 2018

Después de 1 año y nueve meses, hoy cumplimos 1 mes de nuestra última vez.
Durante muchos años, incluso antes de estar embarazada, tuve el fantasma en mi cabeza de no poder amamantar a mi bebé, ya que me habían operado de una reducción mamaria hacía más de una década.
Por suerte, a los tres días de que naciera Micaela, las tetas se me pusieron duras como piedras y sentí que me estaba bajando la leche. Me sentía hembra poderosa, proveedora de mi mamífero. Mis tetas y mi amor eran suficientes para alimentar y hacer crecer a mi bebé. Sin embargo, si bien Mica tomaba teta todo el tiempo y durante mucho tiempo, no se veía reflejado en la balanza de los controles. No solo no subía de peso, sino que bajaba. Lio y yo nos angustiamos mucho. En uno de los controles, incluso, nos dijeron que la iban a tener que internar. Y ahí se me desplomó el mundo entero. Se me vino abajo. “Si la internás yo me muero”, le dije a la Neonatóloga, cubierta en lágrimas. “No te morís, porque está lleno de mamás con bebés en Neo y ninguna se muere”. Lo entendí y traté de ponerme en el lugar de ellas. Pero no pude. No podía imaginarme volver a casa sin Mica en brazos. Aunque fuera por 48, 24 o 1 hora. Simplemente, no podía. En el instante que me dijo la palabra internar, empezaron a rodar lágrimas silenciosas sobre mis mejillas. No me salía la voz. La mujer, al verme tan angustiada, fue empática y contenedora. Me tranquilizó y nos dijo que nos daban un día más, que si al día siguiente no engordaba, la iban a internar. Ese día fue Lionel a comprar el transformador, conectamos el sacaleches y nos pusimos manos a la obra. O, mejor dicho, tetas a la obra. Porque junto con Micaela, las tetas jugaban el papel coprotagónico. El sacaleches indicaba que yo tenía suficiente leche. ¿Por qué no engordaba, entonces? ¿Se quedaba dormida en la teta? Sí. Estaban los de la escuela de “dale a demanda”, que se traduce en dale todo lo que quiera, todas las veces que quiera sin mirar el reloj. Y los de “dale 10 minutos de cada lado como máximo, cada dos o tres horas”.
            Pareciera que convertirnos en madre nos transformara en un buzón sin fondo para recibir información. Todo el mundo opina y dice cosas sin que nadie le pregunte. Y, si bien yo soy una persona que no se deja influenciar por comentarios ajenos, tengo buena memoria auditiva. Y si lo escuché, en alguna parte queda…
Les pedí encarecidamente a mis amigas no madres- y en esto fui tajante- con las que tengo la confianza del mundo, que no opinaran de nada. Aunque fueran tías, tuvieran amigas con hijos, o hubieran criado a sus hermanos. Estaba puérpera y no me interesaban las opiniones ajenas, aunque vinieran con amor. Solo quería que me acompañaran, que la tuvieran mientras iba al baño o que me trajeran algo de comer. Con eso alcanzaba para demostrar que estaban ahí para mí.
            Por suerte, mi mamá vino a quedarse unos días a nuestro edificio, vivía dos pisos más arriba de casa. Y eso también ayudó. Por algún motivo, Mica no sabía bien cómo succionar para obtener leche, entonces, tuvimos que probar con métodos alternativos. Yo me negaba a darle mamadera. Así que usamos el método de la jeringa. Las jeringas son de 1 ml. Y ya ni me acuerdo cuánto había que darle, pero no era tarea fácil. Todo esto, con una bebé de una semana y con la amenaza latente de “si no engorda para mañana, la internamos”. Mi mamá, Lio y yo pusimos todo de nosotros y salimos adelante. Al otro día, la balanza estuvo de nuestro lado. Y ahí también lloré. Pero esta vez de emoción, de felicidad, lo habíamos logrado. No la iban a internar. Prueba superada. Lo que no sabíamos, era que esa tranquilidad iba a durar poco, porque enseguida nos derivaron con una fonoaudióloga porque sospechaban que podía tener el “frenillo corto” y que eso era lo que hacía que no succionara bien. Efectivamente, la vio una especialista y lo confirmó. Nos sugirió operarla. Y en un instante, desapareció toda la tranquilidad que habíamos ganado, right there, right then. ¿Operarla? ¿Ahora? ¿Tan chiquita? Que no pasaba nada, que era ambulatorio, que a los 15 minutos iba a estar tomando teta de vuelta…que lo pensáramos, pero no tanto, porque tenía que ser dentro del primer mes de vida, para que lo pudiera hacer ella…
            Ser primerizos es llenarse de dudas una y otra vez. Uno se cuestiona desde la libre demanda hasta la caca con textura o color diferente. Y ahora, después de una semana de ser padres, teníamos que decidir si le cortábamos el frenillo o no. Por suerte cuando lo vimos a su pediatra dijo que nos quedáramos tranquilos, que lo veíamos más adelante. No hizo falta.
            Pero volviendo a la teta, porque no me quiero ir (tanto) de tema, tuvimos que complementar con fórmula. Algunos especialistas me decían que tuviera cuidado, que si se acostumbraba a la mamadera (succión fácil), en una semana dejaba la teta seguro. ME MUERO OTRA VEZ, POR FAVOR NO LA DEJES. Las tetas, que los primeros días son difíciles, dolorosas, incómodas, con el pasar de los días y de las semanas se van volviendo lo más hermoso de la maternidad. Para mí, darte la teta, Micaela, era mi entrega total hacia vos. No era solo alimento, era tanto más que eso. Sé que vos sentías lo mismo, sentías esa entrega, pero probablemente el día que puedas leer esto ya no te acuerdes. Aunque mi entrega siga siendo la misma y te la demuestre de muchas otras maneras.
            Pasó el primer año y la gente ya empezaba a preguntar, ¿mucho más le vas a dar teta? Sí, todo lo que quiera, contestaba convencida. ¿Lo que quiera yo o ella? Me pregunto ahora. Me había puesto como límite sus 2 años, pero se estaban acercando y ella no mostraba ninguna intención de dejar. Alrededor de los 17 meses, hice un acuerdo con Mica de que a partir de entonces la teta iba a ser solamente para dormir. Entonces, solo tomaba para la siesta y para dormirse a la noche. El resto del día no, pero la noche era una maratón de despertares constantes en los que se prendía a la teta non-stop. Yo ya no podía dormir. No es que dormía incómoda, ya directamente no dormía. Y ella, como no usaba chupete, necesitaba teta para volver a dormirse en cada microdespertar. Algo ya no estaba funcionando. Decidí consultar. Fui a una charla de destete respetuoso. (Otro motivo de burla para el entorno). Consulté con puericultoras, fui recabando información para cuando estuviera segura, pero aún no había tomado la decisión.
            Un par de veces intenté salir a la noche y siempre tuve que volver porque lloraba o porque no se dormía y se desesperaba por “mamá-teta”. Me empezó a agotar bastante esa situación. Además, odiaba que con el padre se entregara plenamente al juego y que conmigo siempre quisiera teta teta. Quise cambiarlo, pero no pude. Les pregunté a muchas madres cómo lo habían hecho, para ver si podía rescatar alguna idea que se aplicara a nuestra díada, pero nada parecía funcionar.
En noviembre vivimos dos situaciones clave. A mediados de mes, me encontraron un hemangioma de 15 cm (tumor benigno) en el hígado y nos pegamos un susto importante. En ese momento, todo mi plan de destete pasó a segundo plano. Ya no pude controlar que las tetas fueran solo para dormir y Mica tomaba a toda hora y en todas partes. Ya tenía 18 meses y la gente cada vez miraba con los ojos más abiertos. Mi hermana se reía porque viajamos todos juntos a Chile y en plena calle, yo la tenía a upa y ella con una mano me corría la musculosa y corpiño, con la otra me sacaba la teta para afuera y se servía sola. Es cierto que la imagen era graciosa. Pero después del susto que habíamos pasado, yo no tenía energía para pelear esa batalla. Porque entérense los que no lo saben, el destetar a niños no tan bebés siempre será una batalla.
El segundo evento fue una cena a fin de mes. Lio trabajaba esa noche así que yo había decidido no ir. Después lo medité y me arrepentí. Quería ir, era cerca de casa, podía contratar a una niñera que viniera a quedarse con Mica y dejarla dormida. Me daba pánico pensar que ella se iba a despertar y ver una cara totalmente desconocida. Esa noche junté coraje y me fui. Jime me transmitió mucha tranquilidad y me dijo: “Andá tranquila, que estás acá nomás, cualquier cosa te llamo”. Y me fui. A la hora y pico me escribió que se había despertado, pero que la tenía durmiendo a upa. Y ahí me emocioné e hice un clic. Ese era el clic que necesitaba. Ella no necesitaba la teta para dormir, pero si la teta estaba, iba a hacer uso y abuso. La clave era no estar. Esa misma noche tomé la decisión de no darle más en los despertares nocturnos. Y al otro día se lo transmití. Cuando se fue a dormir, le dije que se despidiera de las tetas porque ellas también se irían a dormir. Que hasta que saliera el sol, no iba a poder tomar de nuevo. Lo entendió perfecto y se despidió. Cuando se despertó a la 1 am, lloró durante 10 minutos porque no le di teta y eso fue todo. Se volvió a dormir en la cama conmigo, y así sucesivamente, hasta que cada vez fue durmiendo períodos más largos.
            Llegó el verano y nos fuimos a Uruguay con mi familia. Otra vez convivir con todos los que preguntaban hasta cuándo le iba a dar, que ya estaba grandecita, que blablablá. Lo cierto era que yo ya había decidido destetar, pero no estaba lista, me faltaba firmeza y Mica estaba tomando teta cual recién nacida, me veía pasar, quería una teta. Casi no podíamos jugar juntas 10 minutos sin que me sacara la teta para afuera y se prendiera a tomar.
El 28 de diciembre hacía mucho calor en la playa y me metí al mar. Cuando salí del agua, me pidió teta y, les juro, me hubiera encantado grabar la cara de asco que puso. Era la cara de entre limón amargo y algo bien feo. Insistió, probó otra vez y el asco se le volvió a dibujar en la cara. No quería teta. Durante tres días y medio no me volvió a pedir. “La gloria”-pensaba yo- se destetó solita de un momento al otro. Algo impensado para mí. Todos me decían que tenía que llenar botellas de agua de mar y ponerme en las tetas por si me pedía otra vez. Pero yo me negaba. No podía hacerle eso, ni eso, ni limón, ni vinagre, ni nada. Había sido demasiado hermosa nuestra lactancia para terminarla con sabor amargo. Durante tres días tuvimos que aprender formas alternativas para dormirla, ella, el papá y yo. Ahora era diferente, ya no se dormía en la teta, pero lloraba mucho, le costaba horrores, hasta que se dormía. El 31 a la noche nos reunimos con mucha gente, eran las 2 am y ella seguía despierta, excitada y dada vuelta por los fuegos, la gente, la música, etc. Yo tenía la política de “no ofrecer-no negar”. Así que a las 2 am del 1 de enero cuando me dijo “teta” no pude decirle que no y así volvimos a empezar…
Al día siguiente tomaba teta como si nunca hubiera dejado, a demanda como recién nacida. Es más, al día siguiente me volví a meter al agua y no pareció importarle cuando probó la teta con sabor a mar. De día libre demanda, teta para dormirse de noche y después chau tetas hasta que salía el sol. Era muy loco, porque si se despertaba a las 4 am, no me pedía, pero si ya eran las 6, que había amanecido, no lo dudaba.
Terminaron esas vacaciones y nos volvimos a Buenos Aires. El 6 de febrero tuve una consulta médica con un cirujano que me dijo en primer lugar lo que quería escuchar: “no te voy a operar” y en segundo lugar, lo que necesitaba escuchar: “pero tenés que dejar la teta hoy mismo porque las hormonas de la lactancia pueden modificar el tamaño del hemangioma”. Lo miré a Lio con cara de “esto no va a ser fácil”. –¿y cómo hago?, le pregunté al médico. -¿Sabés de límites? Eso es lo primero que tenés que enseñarle a tu hija, yo sé porque tengo 7 hijos…
            Ese fue, sin duda, el empujón que necesitaba para volverme firme. Para transmitirle a Mica que íbamos a cerrar esa etapa, para pasar a otra, no mejor ni peor, diferente. ¿Si fue fácil? Claro que no, pero menos grave de lo que me había imaginado. Volví a casa y le conté todo, le dije: hoy vas a poder tomar todas las tetas que quieras, pero hasta que te vayas a dormir, porque mañana, cuando te levantes, ya no te puedo dar más teta, el médico no me deja. Lo entendió y me decía que sí con la cabeza, como si hubiera estado de acuerdo con todo.
Por supuesto que cuando se despertó, me pidió teta, pero le recordé lo que habíamos hablado y me mantuve firme. Se la bancó muy bien. Ese mismo día viajábamos a Montevideo y Lio se iba de viaje por trabajo. A los diez minutos del despegue, empezó a llorar AL GRITO DE TETA TETA. Mica es de las que en los aviones nunca se hacía notar, claro que iba prendida a la teta siempre o durmiendo. ¿Y ahora? ¿Cómo la calmaba? No podía ni pararme. La gente me miraba, algunos con cara de “sos una madre desalmada, dale teta a tu hija” y otros con cara de “dale teta o te tiramos del avión”. Entonces me amigué con la idea de que ese día y en ese vuelo Mica iba a tomar su última teta. Como bien dijo mi marido, no podía ser de otra manera, ella tenía que tomar la última teta en un puente aéreo entre sus dos países. Aunque se la di más por el resto de los pasajeros que por ella. Y se durmió enseguida.
            Los que siguieron fueron días difíciles. No estaba Lio para contenerme a mí físicamente ni para ayudarme con ella, pero estaba mi familia y me apoyé en ellos. La primera noche, con mi hermana Claudia hicimos de todo para intentar dormirla, incluso le trajo “Vascolet”, la versión uruguaya de “Nesquik” y cuando lo probó, lo escupió todo. Ella quería teta, no de hambre, de mimosa. Después de mucho intentar de mil maneras, caminé con ella a upa de un lado al otro y le puse música hasta que se entregó. Dejó caer su cabecita sobre mi hombro y se le cerraron los ojitos. Y ahí otra vez me empoderé, estaba por superar otra batalla. Y así fue, cada siesta y cada dormir de noche buscando la nueva forma de dormirla.
Hoy, un mes después, creo que todavía no llegamos a la manera definitiva, pero ya casi estamos. Ella me va guiando, un poco me habla y un poco señala. Hace semanas que ya no me pide teta, dice que la teta la toman los bebés y que ella es una nena. Y yo me lleno de orgullo.
La estadía en Uruguay duró 8 días. Fueron 8 días enteros sin teta y la pasamos genial. Seguía pidiendo, pero no se desesperaba. O quiero creer que no se desesperaba. Siento que logramos algo que había imaginado imposible. Como todo, las etapas pasan y el vínculo se va transformando, siempre para mejor.
El 15 de febrero teníamos el avión de vuelta y yo tenía pánico de que se repitiera la escena del avión anterior. Y eso fue exactamente lo que sucedió. Cada vez que gritaba “teta” mis tetas se llenaban y dolían aún más. Así que aproveché para que ella las vaciara y se me fuera el dolor. Pero esta vez, lo estiré un poco más y cuando vi que era unos segundos para dormirse (o para que no nos tiraran del avión), le dije que le iba a dar, pero que ahora sí, era la última para siempre. Así que le di y lloré y lo fotografié. Y supe, en pleno vuelo volviendo a casa, que esta sí era la última vez…
 Y para siempre voy a tener la imagen de mi cachorrita prendida a mis tetas. Mamando de mí. Mamando mi amor.




miércoles, 11 de julio de 2012

"When life gives you lemons, make lemonade"

Desde el mismísimo día que me fui de París en 2009 soñaba con volver, vivir un tiempo acá, dos, tres, seis meses, dominar el idioma, tener tiempo para conocer, experimentar, recorrer la ciudad en bicicleta.

Después de dar una y mil vueltas en mi vida decidí venirme por dos meses y medio a aprender, el idioma por supuesto, nada de lecciones de vida. Pero se ve que el destino tenía preparada otra cosa para mí, que los limones estaban a punto de ser lanzados a mi carrito y así fue. Llegué el primero de julio y empecé las clases al día siguiente. El cuarto día de clases estaba sentada cuando la profesora anunció que empezaba el recreo. Se me había dormido el pie izquierdo, sentía ese cosquilleo molesto que sentimos cuando estamos quietos mucho tiempo. Dudé, no estaba segura si pararme era una buena idea, teniendo en cuenta el cosquilleo y resolví que sí, que si me paraba se iba a pasar. ERROR, mala decisión. Me paré, bah, intenté pararme pero para mi sorpresa mi pie izquierdo no reaccionó y se dobló para un lado y para el otro y tuvo que agarrarme una compañera para que no me cayera al piso. ¡Qué dolor! ¿Qué me pasó? No terminaba de entenderlo cuando sentí que me bajaba violentamente la presión y que si no volvía a sentarme me desmayaba. Volví a sentarme y volví a pararme. Pero cuando quise apoyar el pie izquierdo no pude. Bajé las escaleras despacio para ir a la cafetería, comí una banana, tomé agua y subí en ascensor. Cuando volví a mirarme el pie lo tenía todo hinchado. Si me sacaba el zapato que tenía puesto, seguro no iba a poder volver a ponérmelo. Mi amiga Lucre me fue a buscar para almorzar y pedimos hielo en el restorán. Comí con hielos en el pie, pero el dolor no se iba y el pie, lejos de deshincharse, estaba cada vez más inflado. El resto de la tarde me la pasé rengueando, fuimos a cambiar plata, al local de celulares y hasta hicimos un poco de shopping. Traté de controlar el dolor y no dejar que él me controlara. Después de varias horas de caminar, subir y bajar escaleras y no prestarle mucha atención al pie, me di cuenta de que estaba tomando otra mala decisión y me acerqué a la farmacia. El chico me miró el pie y puso una cara que me dio miedo pero me tranquilizó al darme una crema, una venda e Ibuprofeno. Me explicó los pasos a seguir y me recomendó que fuera a ver un médico si la cosa no mejoraba en 24 horas. La cosa no mejoró y yo seguí sin darle tanta importancia. Pero dos días más tarde entendí que era más grave de lo que pensaba y resolví que tenía que ir al hospital. Y allá fui, pensando que me iban a diagnosticar un esguince y me iban a explicar los recaudos necesarios para que se curara lo antes posible. Llegué a las 10:30 am, me atendieron enseguida y me pusieron en una silla de ruedas. Me sacaron  una radiografía. A las 11:30 le mandé un mensaje a mi amiga Iamena para decirle que tal vez no llegaba a almorzar a las 13, que mejor a las 14. Al rato pasó un médico y me dijo que parecía que no tenía nada, pero que tenía que consultarlo con otra médica. Yo ya estaba lista para irme a casa como fuera. Pero una hora después, vino una señora de túnica blanca a decirme que tenía una pequeña fractura y que me tenían que enyesar. Cuando me estaban enyesando dos médicos (se notaba que ninguno de los dos tenía muy claro cómo hacerlo) se me acercó una enfermera y abrió una inyección enfrente mío. Le pregunté qué hacía y me dijo que era obligatorio, que me tenía que inyectar. Intenté llorarle que no, que yo no quería pero a nadie parecía importarle mi voluntad. Me pinchó la panza y ahí empecé a llorar. Sentía bronca, frustración, impotencia. Por suerte vino Iamena y me acompañó por el resto del día. La doctora me explicó que esa inyección me la tenían que dar todos los días para evitar una posible trombosis y que como la inyección podría tener efectos secundarios "realmente peligrosos" tenía que sacarme sangre dos veces por semana para controlar que mi sangre no sufriera alteraciones. Cada vez que abría la boca para decirme algo me hacía llorar más y más, con más y más impotencia. Nunca me imaginé, camino al hospital, que me iba a ir de ahí cuatro horas después con la pierna enyesada hasta la rodilla y saltando en un pie sobre dos muletas hasta el 31 de julio.

Yo que soñaba con recorrer la ciudad en bicicleta. Entonces empecé a contarles por vías electrónicas lo que me estaba sucediendo, ya que les había prometido contar mis aventuras a través de imágenes. Y me encontré con mucho apoyo y mucho amor, pero sobre todo, muchos de ustedes me dijeron las mismas cosas "todas las cosas pasan por algo", "everything happens for a reason", "cuando la vida te da limones, haz limonada", "¿será que te pasó esto para alargar tu estadía en París?". Y yo, sigo buscando cuál es la razón  y por más que busque y busque, no logro encontrarla.

A decir verdad, nunca me imaginé lo doloroso que era andar en muletas saltando en una pata. El peso del yeso, el dolor de los brazos, las manos. El segundo día no podía ni agarrar las muletas de lo que me dolían las manos. El pie ya no me dolía, pero me dolía todo lo demás, músculos que ni sabía que tenía.

Nadie me explicó muy bien cómo bañarme así que me bañé como pude. Me envolví la pata en bolsas de supermercado y traté de mantener el equilibrio, pero cuando salí de la ducha el yeso estaba todo mojado y listo para desarmarse. El lunes me saqué un turno con un especialista en otro Hospital y allá fui, con la esperanza de que me sacaran el yeso "africano" (palabras textuales de otra médica que me vio el día anterior) y me dieran algo mejor, más adaptado al siglo XXI. Me dieron turno para las 18.15 y hasta las 20 nadie me atendió. Cuando me atendieron me dijeron que me tenían que hacer un scan, que era más específico que una radiografía pero que ya no podían, que tenía que volver otro día. Tal fue mi frustración y mi llanto desconsolado que sintieron pena por mí. Me dijeron que no me preocupara, que estaba en buenas manos y que iban a encontrar una buena solución. Al final resolvieron sacarme ese yeso podrido y sacar otra radiografía. Confirmaron que mi pie efectivamente está fracturado, pero afortunadamente no hay desplazamiento, por lo tanto no hay necesidad de ese yeso pesado y molesto. Me pusieron un "aircast" que es mucho más cómodo para vivir y con el que puedo apoyar el pie. Por suerte, con este yeso no hace falta que me den inyecciones ni me saquen sangre. Además, me lo puedo sacar para bañarme. Me cambió la pata, la vida y el humor. Sigo caminando con las muletas pero si voy con cuidado puedo prescindir de ellas, o de una de las dos. El 23/7 tengo que volver al hospital para que me hagan otra radiografía y me indiquen cómo seguir.

Bueno, sé que fue un post largo y no muy divertido, pero como todos me escribían preguntándome qué me había pasado exactamente, aquí tienen la historia contada de una sola vez. Si leyeron hasta acá, les agradezco por el interés en mi salud. Gracias a todos también por los mensajes y por el apoyo. Si no les da impresión, abajo están las fotos de la evolución del pie en la última semana.