15 de marzo de 2018
Después de 1 año y nueve meses, hoy cumplimos 1
mes de nuestra última vez.
Durante muchos años, incluso antes de estar embarazada, tuve el fantasma en
mi cabeza de no poder amamantar a mi bebé, ya que me habían operado de una
reducción mamaria hacía más de una década.
Por suerte, a los tres días de que naciera
Micaela, las tetas se me pusieron duras como piedras y sentí que me estaba
bajando la leche. Me sentía hembra poderosa, proveedora de mi mamífero. Mis
tetas y mi amor eran suficientes para alimentar y hacer crecer a mi bebé. Sin
embargo, si bien Mica tomaba teta todo el tiempo y durante mucho tiempo, no se
veía reflejado en la balanza de los controles. No solo no subía de peso, sino
que bajaba. Lio y yo nos angustiamos mucho. En uno de los controles, incluso,
nos dijeron que la iban a tener que internar. Y ahí se me desplomó el mundo
entero. Se me vino abajo. “Si la internás yo me muero”, le dije a la Neonatóloga,
cubierta en lágrimas. “No te morís, porque está lleno de mamás con bebés en Neo
y ninguna se muere”. Lo entendí y traté de ponerme en el lugar de ellas. Pero
no pude. No podía imaginarme volver a casa sin Mica en brazos. Aunque fuera por
48, 24 o 1 hora. Simplemente, no podía. En el instante que me dijo la palabra
internar, empezaron a rodar lágrimas silenciosas sobre mis mejillas. No me
salía la voz. La mujer, al verme tan angustiada, fue empática y contenedora. Me
tranquilizó y nos dijo que nos daban un día más, que si al día siguiente no
engordaba, la iban a internar. Ese día fue Lionel a comprar el transformador,
conectamos el sacaleches y nos pusimos manos a la obra. O, mejor dicho, tetas a
la obra. Porque junto con Micaela, las tetas jugaban el papel coprotagónico. El
sacaleches indicaba que yo sí tenía suficiente
leche. ¿Por qué no engordaba, entonces? ¿Se quedaba dormida en la teta? Sí.
Estaban los de la escuela de “dale a demanda”, que se traduce en dale todo lo
que quiera, todas las veces que quiera sin mirar el reloj. Y los de “dale 10
minutos de cada lado como máximo, cada dos o tres horas”.
Pareciera que convertirnos en madre nos transformara en un buzón sin
fondo para recibir información. Todo el mundo opina y dice cosas sin que nadie
le pregunte. Y, si bien yo soy una persona que no se deja influenciar por
comentarios ajenos, tengo buena memoria auditiva. Y si lo escuché, en alguna
parte queda…
Les pedí encarecidamente a
mis amigas no madres- y en esto fui
tajante- con las que tengo la confianza del mundo, que no opinaran de nada.
Aunque fueran tías, tuvieran amigas con hijos, o hubieran criado a sus hermanos.
Estaba puérpera y no me interesaban las opiniones ajenas, aunque vinieran con
amor. Solo quería que me acompañaran, que la tuvieran mientras iba al baño o
que me trajeran algo de comer. Con eso alcanzaba para demostrar que estaban ahí
para mí.
Por suerte, mi mamá vino a
quedarse unos días a nuestro edificio, vivía dos pisos más arriba de casa. Y
eso también ayudó. Por algún motivo, Mica no sabía bien cómo succionar para obtener
leche, entonces, tuvimos que probar con métodos alternativos. Yo me negaba a
darle mamadera. Así que usamos el método de la jeringa. Las jeringas son de 1
ml. Y ya ni me acuerdo cuánto había que darle, pero no era tarea fácil. Todo
esto, con una bebé de una semana y con la amenaza latente de “si no engorda
para mañana, la internamos”. Mi mamá, Lio y yo pusimos todo de nosotros y
salimos adelante. Al otro día, la balanza estuvo de nuestro lado. Y ahí también
lloré. Pero esta vez de emoción, de felicidad, lo habíamos logrado. No la iban
a internar. Prueba superada. Lo que no sabíamos, era que esa tranquilidad iba a
durar poco, porque enseguida nos derivaron con una fonoaudióloga porque
sospechaban que podía tener el “frenillo corto” y que eso era lo que hacía que
no succionara bien. Efectivamente, la vio una especialista y lo confirmó. Nos sugirió
operarla. Y en un instante, desapareció toda la tranquilidad que habíamos
ganado, right there, right then. ¿Operarla?
¿Ahora? ¿Tan chiquita? Que no pasaba nada, que era ambulatorio, que a los 15
minutos iba a estar tomando teta de vuelta…que lo pensáramos, pero no tanto,
porque tenía que ser dentro del primer mes de vida, para que lo pudiera hacer
ella…
Ser primerizos es llenarse de dudas una y otra vez. Uno se cuestiona
desde la libre demanda hasta la caca con textura o color diferente. Y ahora,
después de una semana de ser padres, teníamos que decidir si le cortábamos el
frenillo o no. Por suerte cuando lo vimos a su pediatra dijo que nos quedáramos
tranquilos, que lo veíamos más adelante. No hizo falta.
Pero volviendo a la teta,
porque no me quiero ir (tanto) de tema, tuvimos que complementar con fórmula.
Algunos especialistas me decían que tuviera cuidado, que si se acostumbraba a
la mamadera (succión fácil), en una semana dejaba la teta seguro. ME MUERO OTRA VEZ, POR FAVOR NO LA DEJES.
Las tetas, que los primeros días son difíciles, dolorosas, incómodas, con el
pasar de los días y de las semanas se van volviendo lo más hermoso de la
maternidad. Para mí, darte la teta,
Micaela, era mi entrega total hacia vos. No era solo alimento, era tanto más
que eso. Sé que vos sentías lo mismo, sentías esa entrega, pero probablemente
el día que puedas leer esto ya no te acuerdes. Aunque mi entrega siga siendo la
misma y te la demuestre de muchas otras maneras.
Pasó
el primer año y la gente ya empezaba a preguntar, ¿mucho más le vas a dar teta?
Sí, todo lo que quiera, contestaba
convencida. ¿Lo que quiera yo o ella? Me
pregunto ahora. Me había puesto como límite sus 2 años, pero se estaban
acercando y ella no mostraba ninguna intención de dejar. Alrededor de los 17
meses, hice un acuerdo con Mica de que a partir de entonces la teta iba a ser
solamente para dormir. Entonces, solo tomaba para la siesta y para dormirse a
la noche. El resto del día no, pero la noche era una maratón de despertares
constantes en los que se prendía a la teta non-stop.
Yo ya no podía dormir. No es que dormía incómoda, ya directamente no dormía. Y
ella, como no usaba chupete, necesitaba teta para volver a dormirse en cada microdespertar.
Algo ya no estaba funcionando. Decidí consultar. Fui a una charla de destete
respetuoso. (Otro motivo de burla para el entorno). Consulté con puericultoras,
fui recabando información para cuando estuviera segura, pero aún no había
tomado la decisión.
Un par de veces intenté
salir a la noche y siempre tuve que volver porque lloraba o porque no se dormía
y se desesperaba por “mamá-teta”. Me empezó a agotar bastante esa situación.
Además, odiaba que con el padre se entregara plenamente al juego y que conmigo
siempre quisiera teta teta. Quise cambiarlo, pero no pude. Les pregunté a
muchas madres cómo lo habían hecho, para ver si podía rescatar alguna idea que
se aplicara a nuestra díada, pero nada parecía funcionar.
En noviembre vivimos dos situaciones clave. A mediados de mes, me
encontraron un hemangioma de 15 cm (tumor benigno) en el hígado y nos pegamos
un susto importante. En ese momento, todo mi plan de destete pasó a segundo
plano. Ya no pude controlar que las tetas fueran solo para dormir y Mica tomaba
a toda hora y en todas partes. Ya tenía 18 meses y la gente cada vez miraba con
los ojos más abiertos. Mi hermana se reía porque viajamos todos juntos a Chile
y en plena calle, yo la tenía a upa y ella con una mano me corría la musculosa
y corpiño, con la otra me sacaba la teta para afuera y se servía sola. Es
cierto que la imagen era graciosa. Pero después del susto que habíamos pasado,
yo no tenía energía para pelear esa batalla. Porque entérense los que no lo saben, el destetar a niños no tan bebés
siempre será una batalla.
El segundo evento fue una cena a fin de mes. Lio trabajaba esa noche así
que yo había decidido no ir. Después lo medité y me arrepentí. Quería ir, era
cerca de casa, podía contratar a una niñera que viniera a quedarse con Mica y
dejarla dormida. Me daba pánico pensar que ella se iba a despertar y ver una
cara totalmente desconocida. Esa noche junté coraje y me fui. Jime me
transmitió mucha tranquilidad y me dijo: “Andá tranquila, que estás acá nomás,
cualquier cosa te llamo”. Y me fui. A la hora y pico me escribió que se había
despertado, pero que la tenía durmiendo a upa. Y ahí me emocioné e hice un
clic. Ese era el clic que necesitaba. Ella no necesitaba la teta para dormir,
pero si la teta estaba, iba a hacer uso y abuso. La clave era no estar. Esa
misma noche tomé la decisión de no darle más en los despertares nocturnos. Y al
otro día se lo transmití. Cuando se fue a dormir, le dije que se despidiera de
las tetas porque ellas también se irían a dormir. Que hasta que saliera el sol,
no iba a poder tomar de nuevo. Lo entendió perfecto y se despidió. Cuando se
despertó a la 1 am, lloró durante 10 minutos porque no le di teta y eso fue
todo. Se volvió a dormir en la cama conmigo, y así sucesivamente, hasta que
cada vez fue durmiendo períodos más largos.
Llegó el verano y nos
fuimos a Uruguay con mi familia. Otra vez convivir con todos los que
preguntaban hasta cuándo le iba a dar, que ya estaba grandecita, que blablablá.
Lo cierto era que yo ya había decidido destetar, pero no estaba lista, me
faltaba firmeza y Mica estaba tomando teta cual recién nacida, me veía pasar,
quería una teta. Casi no podíamos jugar juntas 10 minutos sin que me sacara la
teta para afuera y se prendiera a tomar.
El 28 de diciembre hacía mucho calor en la playa y me metí al mar. Cuando
salí del agua, me pidió teta y, les juro, me hubiera encantado grabar la cara
de asco que puso. Era la cara de entre limón amargo y algo bien feo. Insistió,
probó otra vez y el asco se le volvió a dibujar en la cara. No quería teta. Durante tres días y medio
no me volvió a pedir. “La gloria”-pensaba yo- se destetó solita de un momento
al otro. Algo impensado para mí. Todos me decían que tenía que llenar
botellas de agua de mar y ponerme en las tetas por si me pedía otra vez. Pero
yo me negaba. No podía hacerle eso, ni eso, ni limón, ni vinagre, ni nada.
Había sido demasiado hermosa nuestra lactancia para terminarla con sabor
amargo. Durante tres días tuvimos que aprender formas alternativas para
dormirla, ella, el papá y yo. Ahora era diferente, ya no se dormía en la teta,
pero lloraba mucho, le costaba horrores, hasta que se dormía. El 31 a la noche
nos reunimos con mucha gente, eran las 2 am y ella seguía despierta, excitada y
dada vuelta por los fuegos, la gente, la música, etc. Yo tenía la política
de “no ofrecer-no negar”. Así que a las 2 am del 1 de enero cuando me dijo
“teta” no pude decirle que no y así volvimos a empezar…
Al día siguiente tomaba teta como si nunca hubiera
dejado, a demanda como recién nacida. Es más, al día siguiente me volví a meter
al agua y no pareció importarle cuando probó la teta con sabor a mar. De día
libre demanda, teta para dormirse de noche y después chau tetas hasta que salía
el sol. Era muy loco, porque si se despertaba a las 4 am, no me pedía, pero si
ya eran las 6, que había amanecido, no lo dudaba.
Terminaron esas vacaciones y nos volvimos a Buenos Aires. El 6 de febrero
tuve una consulta médica con un cirujano que me dijo en primer lugar lo que
quería escuchar: “no te voy a operar” y en segundo lugar, lo que necesitaba
escuchar: “pero tenés que dejar la teta hoy mismo porque las hormonas de la
lactancia pueden modificar el tamaño del hemangioma”. Lo miré a Lio con cara de
“esto no va a ser fácil”. –¿y cómo hago?, le pregunté al médico. -¿Sabés de límites? Eso es lo
primero que tenés que enseñarle a tu hija, yo sé porque tengo 7 hijos…
Ese fue, sin duda, el
empujón que necesitaba para volverme firme. Para transmitirle a Mica que íbamos
a cerrar esa etapa, para pasar a otra, no mejor ni peor, diferente. ¿Si fue
fácil? Claro que no, pero menos grave de lo que me había imaginado. Volví a
casa y le conté todo, le dije: hoy vas a poder tomar todas las tetas que
quieras, pero hasta que te vayas a dormir, porque mañana, cuando te levantes,
ya no te puedo dar más teta, el médico no me deja. Lo entendió y me decía que
sí con la cabeza, como si hubiera estado de acuerdo con todo.
Por supuesto que cuando se despertó, me pidió teta, pero le recordé lo que
habíamos hablado y me mantuve firme. Se la bancó muy bien. Ese mismo día
viajábamos a Montevideo y Lio se iba de viaje por trabajo. A los diez minutos
del despegue, empezó a llorar AL GRITO DE TETA TETA. Mica es de las que en los
aviones nunca se hacía notar, claro que iba prendida a la teta siempre o
durmiendo. ¿Y ahora? ¿Cómo la calmaba? No podía ni pararme. La gente me miraba,
algunos con cara de “sos una madre desalmada, dale teta a tu hija” y otros con
cara de “dale teta o te tiramos del avión”. Entonces me amigué con la idea de
que ese día y en ese vuelo Mica iba a tomar su última teta. Como bien dijo mi
marido, no podía ser de otra manera, ella tenía que tomar la última teta en un
puente aéreo entre sus dos países. Aunque se la di más por el resto de los
pasajeros que por ella. Y se durmió enseguida.
Los que siguieron fueron
días difíciles. No estaba Lio para contenerme a mí físicamente ni para ayudarme
con ella, pero estaba mi familia y me apoyé en ellos. La primera noche, con mi
hermana Claudia hicimos de todo para intentar dormirla, incluso le trajo
“Vascolet”, la versión uruguaya de “Nesquik” y cuando lo probó, lo escupió
todo. Ella quería teta, no de hambre, de mimosa. Después de mucho intentar de
mil maneras, caminé con ella a upa de un lado al otro y le puse música hasta
que se entregó. Dejó caer su cabecita sobre mi hombro y se le cerraron los
ojitos. Y ahí otra vez me empoderé, estaba por superar otra batalla. Y así fue,
cada siesta y cada dormir de noche buscando la nueva forma de dormirla.
Hoy, un mes después, creo que todavía no llegamos
a la manera definitiva, pero ya casi estamos. Ella me va guiando, un poco me
habla y un poco señala. Hace semanas que ya no me pide teta, dice que la teta
la toman los bebés y que ella es una nena. Y yo me lleno de orgullo.
La estadía en Uruguay duró 8 días. Fueron 8 días
enteros sin teta y la pasamos genial. Seguía pidiendo, pero no se desesperaba.
O quiero creer que no se desesperaba. Siento que logramos algo que había
imaginado imposible. Como todo, las etapas pasan y el vínculo se va
transformando, siempre para mejor.
El 15 de febrero teníamos el avión de vuelta y yo
tenía pánico de que se repitiera la escena del avión anterior. Y eso fue
exactamente lo que sucedió. Cada vez que gritaba “teta” mis tetas se llenaban y
dolían aún más. Así que aproveché para que ella las vaciara y se me fuera el
dolor. Pero esta vez, lo estiré un poco más y cuando vi que era unos segundos
para dormirse (o para que no nos tiraran del avión), le dije que le iba a dar, pero que ahora sí, era la última para
siempre. Así que le di y lloré y lo fotografié. Y supe, en pleno vuelo
volviendo a casa, que esta sí era la última vez…
Y para
siempre voy a tener la imagen de mi cachorrita prendida a mis tetas. Mamando de
mí. Mamando mi amor.